Un día contaré que te ví jugar – Sergio Perela

Tenía 11 años apenas cuando Drazen Petrovic llegó al Madrid. Edad suficiente para ser madridista acérrimo y sin concesiones, visceral ante los que eran sarcásticos con mi equipo. No me gustó nada, por tanto, la llegada de Petrovic. Se había reído abiertamente del Madrid, había vilipendiado a todos y cada uno de sus jugadores con el pensamiento, la palabra y la obra. Pero claro, por entonces no entendía para nada las máximas de Sun Tzu y aquel Real Madrid aplicó una para frenar la sangría que les provocaba siempre el mejor conocedor de “El arte de la guerra” en todas sus facetas. 
Engullida la bilis, pude disfrutar del Petrovic jugador. Me maravillaba cómo conducía el balón flotando sobre la cancha, pero a la vez siendo muy agresivo siempre. comandante en jefe confiado de un ejército que sólo debía ejecutar lo que él designaba y todo saldría bien. Y luego estaba su mecánica de tiro; tan rápida, precisa y aparentemente sencilla, que me hacía pensar que tenía que estar haciendo mal muchas cosas para que mi brazo no ejecutase como el suyo nunca. Se fue a la NBA y yo nunca le pude ver como a un traidor, como intentaron que pareciera. Se fue y le deseé internamente lo mejor. Por supuesto que lloré su muerte; tanto como la de Fernando Martín.

Casi 30 años después aparece la figura de Luka Doncic. Edad la mía ya suficiente para haber dejado de tener equipo (salvo mis irreductibles “Gasolinos”) y para haber negociado concesiones mil y una veces, hasta conmigo mismo. Una edad en la que todo es tan relativo que cuando te empiezan a decir que viene un chaval con ciertas condiciones de la cantera del Madrid, enseguida piensas que bueno, que ya veremos. Luego resulta que ese jugador es un niño que no actúa como tal. Que tiene más decisión para encarar el aro y actuar bajo presión que muchos con 40 años enfrentándose a la vida. Un jugador al que nada le quema, al que nada asusta. Que parece quedo y discreto en todo menos en sus números por partido.

Y he de decir que pensé en Drazen, aunque no se parezcan demasiado. Doncic tiene más cuerpo, defiende mucho mejor, es igual de ambicioso yendo a hacer daño al rival que buscando el tapón. Quizá no sea, todavía, el asesino implacable que era Petrovic. Quizá porque Luka piensa más en global que en su faceta individual, no lo sé. O quizá simplemente hemos de dejar correr el tiempo para que progrese, porque sus capacidades, que parecen ilimitadas, siguen en sentido ascendente. Se parecen en el hambre sin límites y el último Luka ya tiene ciertos gestos de superioridad y un brillo en la mirada que hace que piense en los ojos de Brad Pitt y Benicio del Toro, que son tan parecidos que parece que uno es el hermano bueno y el otro el malo. Ahora Luka mira hacia la NBA. Se va como héroe y parece que como tal será recibido. Y el fatum nos debe una a los europeos amantes del baloncesto. Nos dejó con la miel en los labios con Drazen. No puede volver a hacernos lo mismo.

Mi padre apenas decía nada cuando veía jugar a Petrovic o a Oscar Schmidt. Los miraba como buscando un antídoto y siempre terminaba levantándose del sofá y buscando otra cosa que hacer ante el convencimiento de que aquella batalla la tenía perdida. Cuando vimos la jugada de Ronaldo en Santiago me miró y me dijo: “No es posible que haya nadie tan superior”. Seguramente desde entonces me prometí a mí mismo que iba a tener palabras para explicarles a mis hijos, si un día los tengo, las cosas maravillosas que he visto. Hoy, asumido mi papel de forjador de historias y leyendas, estoy seguro de que un día contaré, amigo Luka, que te vi jugar.

Sergio Perela: @sperela

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